Ermelinda

Por circunstancias de la vida, tuve que pasar un par de días en un Hospital. Al principio tu foco esta totalmente centrado en tu paciente, pero minutos después empezas a mirar alrededor y comenzas a empaparte de la otra gente con sus historias y termina siendo como una mezcla de Dr House con la casa de GH.
Ermelinda entró por una fractura de cadera. Con ella llegó una muchacha peruana que la mimaba como a una nena de 4 años. Sus ojos estaban llenos de ternura y los ojos de Ermelinda invadidos de experiencia, vivencias y momentáneamente tristeza.
La abuela se negaba a comer y a tomar. Lo único que hacía era balbucear un nombre y su dulce compañera le decía que tenga paciencia, que ya iba a llegar.
Durante muchas horas, los ojos tristes de Ermelinda inundaban mi alma de pena y compasión. Llegaron sus hijos y nietos, pero no comía y nadie hallaba la forma de hacerla ingerir algo.
Hasta que se abrió la puerta de la habitación y por primera vez vi una maravillosa sonrisa en la cara de la anciana y resbaló por primera vez una lágrima por su mejilla. Había llegado él, Jorge, su compañero de vida. El abuelito caminaba despacito con el pasillo de la sala, vestido de traje, peinado a la gomina y con un ramo de jazmines en la mano. Sus ojos irradiaban dulzura y un dejo de dolor al ver a su amada. Cuando logró llegar hasta la cama donde su doncella reposaba le dijo: Mi vida, acá estoy para vos y siempre serás así.
Ermelinda tiene 87 años, y hace 60 que duerme todos los días con su amado Jorge a su lado, que alguna vez fue sapo y se convirtió en el príncipe que 60 años atrás la rescato de su torre.
Ella le dijo: Amor, tengo hambre.
60 años. Se casaron a los 27 años, osea mas o menos a esta altura de nuestras vidas. Ya ni se acuerdan que son dos personas, están conjugados en un mismo ser.
Ermelinda y Jorge pasaron juntos risas, alegrías, penas, llantos, hijos, nietos, amigos,… pero al final del camino, son ellos dos, el uno para el otro, lo que mas importa en esta vida. Él y ella y nadie más en el mundo.
Ermelinda puede tener 87 años, no poder pagarse una clínica de máxima efectividad, y estar gravemente herida a punto de ser intervenida. Pero posee una riqueza absoluta: El amor. Su tristeza no se debía al dolor físico, sino a la ausencia de su compañero, su media mitad. Y pensar que yo le tuve pena.